Hechos 8:5-9:31
85Felipe, por ejemplo, se dirigió a la ciudad de Samaria y allí le contó a la gente acerca del Mesías. 6Las multitudes escuchaban atentamente a Felipe, porque estaban deseosas de oír el mensaje y ver las señales milagrosas que él hacía. 7Muchos espíritus malignos* fueron expulsados, los cuales gritaban cuando salían de sus víctimas; y muchos que habían sido paralíticos o cojos fueron sanados. 8Así que hubo mucha alegría en esa ciudad.
9Un hombre llamado Simón, quien por muchos años había sido hechicero allí, asombraba a la gente de Samaria y decía ser alguien importante. 10Todos, desde el más pequeño hasta el más grande, a menudo se referían a él como «el Grande, el Poder de Dios». 11Lo escuchaban con atención porque, por mucho tiempo, él los había maravillado con su magia.
12Pero ahora la gente creyó el mensaje de Felipe sobre la Buena Noticia acerca del reino de Dios y del nombre de Jesucristo. Como resultado, se bautizaron muchos hombres y mujeres. 13Luego el mismo Simón creyó y fue bautizado. Comenzó a seguir a Felipe a todos los lugares adonde él iba y estaba asombrado por las señales y los grandes milagros que Felipe hacía.
14Cuando los apóstoles de Jerusalén oyeron que la gente de Samaria había aceptado el mensaje de Dios, enviaron a Pedro y a Juan allá. 15En cuanto ellos llegaron, oraron por los nuevos creyentes para que recibieran el Espíritu Santo. 16El Espíritu Santo todavía no había venido sobre ninguno de ellos porque solo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. 17Entonces Pedro y Juan impusieron sus manos sobre esos creyentes, y recibieron el Espíritu Santo.
18Cuando Simón vio que el Espíritu se recibía cuando los apóstoles imponían sus manos sobre la gente, les ofreció dinero para comprar ese poder.
exclamó,
20Pedro le respondió:
exclamó Simón.
25Después de dar testimonio y predicar la palabra del Señor en Samaria, Pedro y Juan regresaron a Jerusalén. Por el camino, se detuvieron en muchas aldeas samaritanas para predicar la Buena Noticia.
26En cuanto a Felipe, un ángel del Señor le dijo:
27Entonces él emprendió su viaje y se encontró con el tesorero de Etiopía, un eunuco de mucha autoridad bajo el mando de Candace, la reina de Etiopía. El eunuco había ido a Jerusalén a adorar 28y ahora venía de regreso. Sentado en su carruaje, leía en voz alta el libro del profeta Isaías.
29El Espíritu Santo le dijo a Felipe:
30Felipe se acercó corriendo y oyó que el hombre leía al profeta Isaías. Felipe le preguntó:
31El hombre contestó:
Y le rogó a Felipe que subiera al carruaje y se sentara junto a él.
32El pasaje de la Escritura que leía era el siguiente:
«Como oveja fue llevado al matadero.
Y, como cordero en silencio ante sus trasquiladores,
no abrió su boca.
33Fue humillado y no le hicieron justicia.
¿Quién puede hablar de sus descendientes?
Pues su vida fue quitada de la tierra»*.
34El eunuco le preguntó a Felipe:
35Entonces, comenzando con esa misma porción de la Escritura, Felipe le habló de la Buena Noticia acerca de Jesús.
36Mientras iban juntos, llegaron a un lugar donde había agua, y el eunuco dijo:
38Ordenó que detuvieran el carruaje, descendieron al agua, y Felipe lo bautizó.
39Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco nunca más volvió a verlo, pero siguió su camino con mucha alegría. 40Entre tanto, Felipe se encontró más al norte, en la ciudad de Azoto. Predicó la Buena Noticia allí y en cada pueblo a lo largo del camino, hasta que llegó a Cesarea.
91Mientras tanto, Saulo pronunciaba amenazas en cada palabra y estaba ansioso por matar a los seguidores* del Señor. Así que acudió al sumo sacerdote. 2Le pidió cartas dirigidas a las sinagogas de Damasco para solicitarles su cooperación en el arresto de los seguidores del Camino que se encontraran ahí. Su intención era llevarlos —a hombres y mujeres por igual— de regreso a Jerusalén encadenados.
3Al acercarse a Damasco para cumplir esa misión, una luz del cielo de repente brilló alrededor de él. 4Saulo cayó al suelo y oyó una voz que le decía:
preguntó Saulo.
contestó la voz.
7Los hombres que estaban con Saulo se quedaron mudos, porque oían el sonido de una voz, ¡pero no veían a nadie! 8Saulo se levantó del suelo, pero cuando abrió los ojos, estaba ciego. Entonces sus acompañantes lo llevaron de la mano hasta Damasco. 9Permaneció allí, ciego, durante tres días sin comer ni beber.
10Ahora bien, había un creyente* en Damasco llamado Ananías. El Señor le habló en una visión, lo llamó:
respondió.
11El Señor le dijo:
exclamó Ananías.
15El Señor le dijo:
17Así que Ananías fue y encontró a Saulo, puso sus manos sobre él y dijo:
18Al instante, algo como escamas cayó de los ojos de Saulo y recobró la vista. Luego se levantó y fue bautizado. 19Después comió algo y recuperó las fuerzas.
Saulo se quedó unos días con los creyentes* en Damasco. 20Y enseguida comenzó a predicar acerca de Jesús en las sinagogas, diciendo:
21Todos los que lo oían quedaban asombrados.
se preguntaban.
22La predicación de Saulo se hacía cada vez más poderosa, y los judíos de Damasco no podían refutar las pruebas de que Jesús de verdad era el Mesías. 23Poco tiempo después, unos judíos conspiraron para matarlo. 24Día y noche vigilaban la puerta de la ciudad para poder asesinarlo, pero a Saulo se le informó acerca del complot. 25De modo que, durante la noche, algunos de los creyentes* lo bajaron en un canasto grande por una abertura que había en la muralla de la ciudad.
26Cuando Saulo llegó a Jerusalén, trató de reunirse con los creyentes, pero todos le tenían miedo. ¡No creían que de verdad se había convertido en un creyente! 27Entonces Bernabé se lo llevó a los apóstoles y les contó cómo Saulo había visto al Señor en el camino a Damasco y cómo el Señor le había hablado a Saulo. También les dijo que, en Damasco, Saulo había predicado con valentía en el nombre de Jesús.
28Así que Saulo se quedó con los apóstoles y los acompañó por toda Jerusalén, predicando con valor en el nombre del Señor. 29Debatió con algunos judíos que hablaban griego, pero ellos trataron de matarlo. 30Cuando los creyentes* se enteraron, lo llevaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso, su ciudad natal.
31La iglesia, entonces, tuvo paz por toda Judea, Galilea y Samaria; se fortalecía y los creyentes vivían en el temor del Señor. Y, con la ayuda del Espíritu Santo, también creció en número.
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